martes, 7 de junio de 2011

que se mueran los feos





Le sudan las axilas cuando habla frente a un grupo de personas que no conoce. Entierra los ojos en el suelo, como una planta, resistiéndose, con el temblor de sus manos tratando de coger el papel que lentamente recita. Escucha su propia voz como una voz desconocida, sin cuerpo ni voluntad. El papel resiste el paso de su lectura y con el peso del miedo que le atraviesa la garganta, esconde las pestañas dentro de los ojos.
                                          Y tirita, y las manos le tiemblan como un pozo de agua cuando el viento disipa su reflejo, y los ojos se le hinchan, y parecen dos vertientes absurdas por donde rueda amablemente su llanto. El público se impacienta y respira al unísono en clave de bolero, mientras el hombre, que se desvanece en pequeñas gotas, luce desencajado, con el vestido de su madre sobre el pantalón de drill y la camisa con rayas , como si de pronto hubiera sido presa de un sueño homosexual. La luz no ayuda, el cenit que reposa sobre su cabello lo inquieta, lo descubre en toda su fealdad. Quisiera morirse. Lo ha pensado tantas veces que no le sorprende que el mismo deseo se le anude de nuevo como una regresión impaciente. La voz se le quiebra y las palabras que se posan sobre la boca se resisten a ser nombradas.                      Quisiera morirse de nuevo.
Con un arma en el medio de los ojos le encantaría disparar y caer verticalmente sobre la gente, como una gaviota depositando el pico sobre un lago.

A.

1 comentario:

  1. El público cruel, el enemigo, el asesino. Eso pasa cuando uno no prepara bien su texto o no se mete la cantidad suficiente de alprazolam.

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